Durante la 4ta República (1959-1999), la clase política dominante fue diseñando un manejo de lo público que, de manera progresiva y natural, le permitió construir un inmenso poder económico. Por cierto, no ha sido la primera ni la última vez que se gobierna de esta manera. En general, ese poder fue muy superior al que muchos podrían haber logrado en otras ocupaciones. El sistema, que se fue reforzando durante los sucesivos gobiernos, permitió a sus protagonistas, consolidar una especie de nobleza criolla que, desde el poder, definía prioridades, asignaba contratos y repartía prosperidad a sus círculos íntimos. No hablo de la corrupción típica de amaños, comisiones y sobreprecios, que también la hubo, sino de algo mucho más sutil. Un ecosistema de leyes, relaciones, funcionarios, empresarios, banqueros, asesores, dueños de medios y otros actores que, sin necesidad de hacer un daño directo al país (supuestamente), aprovecharon ventajas e información privilegiada, para alcanzar prosperidad personal desde lo público.

Los primeros gobiernos de la 4ta. trataban de construir una visión de país, de democracia, de educación, de salud pública, etc., y trabajaron para que la prosperidad bañara a más venezolanos. En los setenta, la erupción del precio del petróleo ayudó a que este modelo de enriquecimiento y poder personal se hiciera tan deslumbrante que eclipsó las nobles motivaciones para ser parte de un gobierno. Los nuevos políticos que iban llegando, venían muy claros de sus necesidades personales. Vuelvo a aclarar, en muchos casos, no era necesario un sobreprecio, solo ser favorecido o lo que se convirtió en una máxima popular “No me dé compadre, póngame donde haiga”.

Los proyectos se ejecutaban y el país iba estrenando sus obras y avanzando, sin embargo, se perdieron los grandes objetivos nacionales y se fueron atrofiando las buenas maneras: el verdadero servicio público, la planificación responsable, la transparencia y el control de gastos. Ese sistema se convirtió en una maquina viciosa que cuando no generaba los ingresos orgánicamente, se endeudaba para poder seguir repartiendo oportunidades para la casta (con el país como excusa). Más que nuevos, eran malos ricos. Ya a finales de los ochenta, las grietas del modelo tronaban escandalosamente. En plena tormenta, llegamos al segundo mandato de CAP que encontró carencias, pero venía convencido de que podía iniciar un sacudón más liberal para modernizar y relanzar la nación hacia un futuro de mayor desarrollo.

Este gobierno empezó a cambiar y recalibrar todo el sistema, pero ni su partido, ni la casta permitieron completar aquel cambio y lo cortaron la raíz. A un CAP enjuiciado y preso en su casa, le siguió un Caldera más socialista pero tan envejecido que apenas tuvo tiempo de gestionar la seguidilla de crisis. Aun así, intentó privatizar parcialmente el negocio petrolero hasta que llegó el chavismo, con muchos problemas por delante, pero con los dos principales partidos destruidos.

La revolución llegó gracias a una vistosa oferta de fuego valyrio, inclusión y refundación de la república. Llegó también con el apoyo de una parte de la vieja casta. Avanzó sin mayores obstáculos hasta que se volvieron a disparar los precios del petróleo. Siendo revolución, se apuró para montar su propia casta: políticos, negociantes y militares que pusieron en marcha la nueva versión de la misma máquina viciosa pero que ya no cuidaba las formas. Un mayor apetito hizo que dejara de importar el que se entregara lo comprado o se concluyeran las obras. El objetivo ha sido amasar grandes fortunas personales sin escrúpulos. Ahora se les dice enchufados, pero arrancó con ayuda de los herederos de la casta previa: los bolichicos.

Y aunque el reino ha perdido esplendor y los dragones solo expelen vapor, la máquina viciosa sigue activa y más que nunca necesita un estado gordo que encaja perfectamente con un modelo socialista opaco en el que más presupuestos pasen por las manos de la casta.

Hay una terrible coincidencia de las aspiraciones de buena parte del país político venezolano. Precisamente, el socialismo y el estatismo, en distintas intensidades, están presentes para el chavismo y para sus opositores profesionales (mal llamados “derecha”). Venezuela tiene muchos grandes e importantes problemas, pero este juego de tronos, la casta y el socialismo conveniente, tienen que ser extirpados para poder comenzar la cuenta nueva del país. Al oír estos argumentos, la casta y su corte se incomodan, gruñen e intentan morder. Piénsalo, Venezuela necesita arrancar con nuevos bríos, pero desde cero y destruyendo este perverso sistema.