Claudia López, politóloga y política colombiana. Desde el 1º de enero de 2020 desempeña el cargo como alcaldesa de Bogotá.
La alcaldesa de Bogotá, Claudia López, en sus muy desafortunados argumentos contra los migrantes venezolanos no solo utilizó un tono de superioridad mezclado con sarcasmo; sino que parece olvidar los impuestos, seguramente altos, que pagan los adinerados empresarios venezolanos asentados en Bogotá. Y también obvia la alcaldesa López a los miles de venezolanos que han conseguido trabajo legal allá y que también pagan religiosamente sus impuestos.
“Que
nunca nadie tenga que matarse por ser discriminado. Ni vivir en la humillación
ni ser excluido y denigrado por ser una minoría. Nuestra Constitución nos
garantiza a todos ser reconocidos y tratados como iguales ante la ley y el
Estado, independientemente de nuestra raza, lengua, nacionalidad, religión,
opinión política, sexo u orientación sexual.
Además
de que no hemos sido capaces de legarles a nuestros jóvenes un país sin
violencia armada, ¿vamos a negarles el derecho a aprender a vivir sin
discriminar o ser discriminados? ¡Por Dios!”.
Esto afirmaba la alcaldesa de Bogotá, Claudia López años atrás, en un
artículo de opinión que publicó en el diario El Tiempo cuando -y como siempre- teorizar sobre Derechos Humanos resulta tan fácil. Pero
bastó que una minoría discriminada se le atravesara en sus mezquinos intereses políticos, para que la
realidad le ganara la batalla a todo eso que sonaba tan bonito en el mundo de
las ideas de la señora López y sin percatarse siquiera, en menos de diez
minutos logró meter de nuevo en el closet no solo sus banderines multicolores
sino la Declaración Universal de los
Derechos Humanos más la Constitución
de su propio país, esa que manipula cuando le conviene.
En la vileza de sus recientes argumentos
contra los emigrantes venezolanos, la Alcaldesa no solo utilizó un tono de
superioridad mezclado con sarcasmo cuando dijo: “Qué pena que no podamos pagar los arriendos… pagamos parto, nacimiento,
salud, jardín, colegio. Qué pena que lo único que no podemos pagar es el
arriendo”, sino que trató de inocular su dosis de veneno a los bogotanos
cuando además reveló que “los capitalinos
han pagado todos esos beneficios a más de los 450.000 personas de Venezuela que
se encuentran en Bogotá”.
Y más grave aún, con una óptica clasista.
Porque su vil declaración iba exclusivamente dirigida en contra de los
venezolanos pobres, los que huyeron de su país porque morían de hambre, por
falta de medicinas y trabajo. Pero ni una palabra dijo la señora sobre los
impuestos, seguramente altos, que pagan los adinerados empresarios venezolanos asentados en Bogotá y quienes han levantado grandes consorcios como Farmatodo, Tostao, Justo y Bueno, Cablenoticias o el Restaurante Osaka, por mencionar algunos. Empresas que además de
pagar impuestos y generar empleo, no discriminan si sus trabajadores deban ser
colombianos o venezolanos, rubios o congoleños, gays o heterosexuales. Y
también obvia la alcaldesa López a los miles de venezolanos que han conseguido
trabajo legal allá y que también pagan religiosamente sus impuestos. Pero estos
no existen en su discurso xenófobo y
manipulador.
Quizás para entender los orígenes de su
doble discurso, cabría hurgar en la psiquis de Claudia López para tratar de entender por qué una persona que confiesa
haber sido discriminada como mujer y como lesbiana, que debe haber sufrido
mucho por su tendencia sexual, que probablemente fue víctima de las crueldades típicas en sus días de adolescente
y le resultó tan difícil revelar su “secreto” que se atrevió a confesarlo a sus
padres cuando ya contaba con 25 años, llega a transformarse en todo aquello que
la hizo padecer cuando se sentía “diferente”. Una discriminadora cruel e
insensible que exuda superioridad porque nació en la misma Colombia de Gabriel García
Márquez, ese hombre imprescindible que vivió,
trabajó y amó Caracas libremente y
sin acoso ni ofensas de nadie. Uno más de los millones de colombianos que años más tarde vendrían a Venezuela
huyendo de la guerra colombiana, de las FARC y el ELN colombianos, incluso de
los delincuentes colombianos que, por cierto exportaron a Venezuela la práctica
del secuestro. Y esos 4 millones de
colombianos humildes que vinieron a Venezuela fundaron barrios completos en
Caracas y sus alrededores y, con sus bemoles, trabajaron en Venezuela y en
Venezuela obtuvieron comida, educación, trabajo, salud y vivienda, sin que a ningún funcionario
público se le ocurriera emitir sobre ellos una opinión tan despectiva como la
de la señora López.
En una extensa entrevista que concedió
al diario El Espectador: “Los orígenes de Claudia Lopez”, donde
la periodista une las respuestas para construir una suerte de monólogo interior
de la funcionaria, López confiesa que vivió una infancia que suena a feliz, “Asistí al psiquiatra por diez años durante
mi adolescencia porque pasada esa etapa de mucha introspección, me dediqué a
hacer maldades. Fui necia, inquieta, curiosa, exploradora, hiperactiva y, aún
hoy, mi nivel energético es brutal. Era la que desbarataba todo desde la
licuadora para ver cómo funcionaba. Así fui dañándole todo a mi mamá”.
Pero si bien allí narra detalles de su
vida minuciosamente, incluyendo que la enviaron a un internado de monjas donde “al principio sentí que en mi casa se estaban
deshaciendo de mí y dejé de hablarles un tiempo”, y que el régimen interno
del colegio era tan estricto como el militar (“A las cuatro de la mañana ya tenía que estar bañada y con agua fría”),
llama la atención que en todo el extenso trabajo no se refiere en absoluto a lo
que seguramente formó parte fundamental de su vida temprana como lo fue
descubrir su orientación sexual en una época donde eso era mal visto. Pero la
señora no emite ni una letra sobre eso ni lo que le debe haber significado
sentirse distinta entonces. Ni una palabra tampoco sobre la culpa proveniente
de una educación fuertemente católica o la rabia de tener que esconder sus
sentimientos porque para entonces, la homosexualidad era un tema prohibido.
Probablemente
discriminada desde muy chica, habría que ponerse
en sus zapatos para entender a qué obedece su rechazo a los venezolanos pobres.
Quiénes la hirieron, qué ocurrió en ese internado tan rígido, qué recuerdos la
atormentan para que la señora -que de idiota no tiene un pelo-, haya optado por
pisotear lo políticamente correcto cometiendo semejante desatino ante los
micrófonos, pero que quizás le funcionó para vengarse, allá en los vericuetos
de su subconsciente, de todos quienes la segregaron alguna vez, única y
exclusivamente, por ser como era.
Sí. Puede ser siquiatría barata, dirá
cualquiera. Y que no todos quienes hayan sufrido cualquier tipo de discriminación en su niñez y
adolescencia, se transformarán necesariamente en adultos vengadores o políticos
mediocres. Por supuesto. ¿Pero puede haber alguna otra explicación
razonable para semejante metida de pata de una funcionaria para quien los Derechos Humanos parecen depender de la
cuenta bancaria de sus víctimas?
«Si de algo no se puede calificar a la Alcaldía de Bogotá es de xenófoba, porque con los impuestos de los bogotanos esta paga, sin un peso del Gobierno, el nacimiento de niños venezolanos, su jardín, colegio, alimentación y salud; y lo seguiremos haciendo». @ClaudiaLopez pic.twitter.com/ZnnlK3IqaP
— Alcaldía de Bogotá (@Bogota) April 2, 2020
Fuente: La Gran Aldea