Las palabras se oyen, se piensan y se recuerdan, pero no se comen. Las sociedades se orientan, se planifican, se guían pero se revelan cuando finalmente se hacen realidad. Los ejércitos se forman, se arman, se entrenan, no se tiene un ejército poderoso para pelear sino justamente para no tener que hacerlo porque las batallas que no se libran son ganancia y las que se inician corren el grave riesgo del fracaso.

La economía es diferente, porque es asunto de todos los días. Día tras día, llueve, truene o relampaguee como tanto le gusta decir al Presidente, se sale a trabajar o a buscar trabajo, a buscar ingresos o a gastar lo que se tiene, si se tiene. La economía marca a la sociedad, aunque sea la sociedad la que inicialmente la crea. Una sociedad es buena si su economía funciona, es mala si su economía se desploma.

El dinero es el motor de la economía, y se tiene o no se tiene. Dólares, euros, francos suizos, soles peruanos, pesos colombianos y hasta los bolívares que ya valen menos que el papel en el cual están impresos. No se compra comida con el dinero que ojalá tuviera, se compra con el que se tiene ahora o en un plazo concreto –plazo que hay que pagar adicionalmente, el milagro del crédito que no es un regalo sino un pacto.

Los gobiernos pueden fallar en muchas cosas, pero la economía premia o castiga según se ejecute bien o mal, y la recompensa del buen o mal vivir es para todos. Justamente el dilema que el castromadurismo no ha podido resolver –no hablemos de la corrupción, que es parte de la economía. Una economía que ni funciona ni genera confianza ni esperanzas es un pozo sin fondo.

No es la libertad, que no la hay en China. Ni la protección de todos, que no la hay en Estados Unidos. Es la economía, como ella sea así será el país. La tecnología, el bienestar social, la salud, el esparcimiento, la jubilación, la generación de nuevos empleos, los derechos de los ciudadanos, la soberanía, todo depende de la economía.

Que es donde falla a diario el régimen venezolano.

Fuente: Analítica